JOHN PAULSON Y EL AGRADECIMIENTO A LA SOCIEDAD


Por Guillermo Núñez Pérez

 Hay dos formas distintas de agradecimiento, la espiritual y la material. Ambas se compendian en el refranero español: “es de bien nacidos ser agradecidos”, y su traducción en nuestra sociedad suele acontecer en los pequeños detalles que nos ofrece la vida cotidiana, donde agraciadamente perdura aún la sana costumbre de devolver el favor prestado sin que por medio exista idea de contraprestación alguna. Es la costumbre establecida, es decir, la norma jurídica no escrita, cuyo incumplimiento deteriora las relaciones de convivencia y provoca frustración, enfado, resentimiento o, simplemente, tristeza. Pero entiéndase bien, no estamos refiriéndonos aquí a aquella clase de favores cuya realización suponga la contravención de la ley, pues en este caso, el agradecimiento se convierte en dádiva constitutiva de un posible delito de cohecho o soborno, o en ritual propio de una organización mafiosa. Precisamente por ello, el agradecimiento espiritual es el nivel máximo que a mi juicio alcanza el reconocimiento de lo que otros seres humanos hacen por nosotros o por todos los seres humanos en general, y que generalmente se concreta en actividades que no trascienden al público en general, o que lo hacen cuando ya no es posible reconocer en vida nuestro agradecimiento al artífice de dichas actividades. Baste pensar, en este último sentido, en todos aquéllos héroes que bajo el nazismo y la opresión política, salvaron miles de vidas de judíos de ser exterminados en los campos de concentración del III Reich.

 Cuando la manifestación del agradecimiento es material, ello no es óbice para considerarla como expresión igualmente genuina del más alto sentimiento humano. Recuerdo la extendida costumbre en nuestros pueblos, hoy prácticamente perdida, de entregar un saco de papas, un conejo, verduras o una gallina en señal de agradecimiento al maestro que hacía posible que los niños pasaran del estado de ignorancia al del conocimiento. La larga posguerra española no sólo propiciaba esta particular forma de agradecimiento, sino también, el afianzamiento de la idea de que la enseñanza y la cultura eran bienes intangibles de incalculable valor. En la actualidad, parece que estas manifestaciones de agradecimiento se han sustituido en algunos casos por la agresividad creciente de padres y alumnos hacia sus maestros. Todo un presagio de que algo esencial está fallando en nuestra sociedad.

 En las sociedades anglosajonas, es frecuente encontrarnos con empresarios o inversores financieros que donan a la Universidad en la que estudiaron parte de su fortuna. Es el caso, por ejemplo, de John Paulson, que recientemente ha donado a la Universidad de Harvard cuatrocientos millones de dólares que servirán para ampliar la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas. A cambio de su generosidad, la Escuela llevará su nombre. Según la información publicada, Paulson destacó que la Universidad de Harvard está teniendo un impacto global en todas sus disciplinas “que benefician a toda la humanidad” y que con la ampliación del campus se convertirá en un centro mayor de innovación en ciencias de la computación.

 Resulta muy significativo comprobar cómo este ejemplo de John Paulson no se prodiga en España en general y en Canarias en particular. Con toda seguridad, John Paulson, además de pagar sus impuestos (que algunos dicen es un medio para redistribuir la riqueza en la sociedad), decide hacer una donación tan importante en favor de la ciencia y el avance del conocimiento en agradecimiento auténtico a la sociedad en la que vive. Claro, algunos dirán –para desvalorizar el hecho–, que la única finalidad perseguida es la de ahorrarse el pago de impuestos. Sin embargo, esto último pertenece, como es obvio, a la categoría de las memeces a las que algunos nos tienen acostumbrados.

 En Canarias estamos aún muy lejos de ver ejemplos como el expuesto. Aquí preferimos, por el contrario, poner el nombre de un político a una infraestructura pública, cuando en realidad somos los ciudadanos en su conjunto los que la hemos pagado, y así, en vez de “Auditorio de Tenerife”, lo llamamos “Auditorio Adán Martín”. Es lo que se conoce como agradecimiento a la sociedad, pero a la inversa.

Guillermo Núñez Pérez es Catedrático de Derecho Financiero y Tributario y Asesor Fiscal

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