ELECCIONES: ENTRE LA CASTA Y LA CÚPULA


Por Guillermo Núñez Pérez

  El optimismo como actitud es siempre preferible a su opuesto, el pesimismo, entre otras razones, porque al parecer está demostrado que ante el cáncer, las células malignas se difunden y extienden con más rapidez en un ambiente presidido por el pesimismo del sujeto. La verdad es que si ello es así, no cabe duda de cuál sea la opción a escoger, pero sin que ello suponga renunciar a los avances de la ciencia médica en su denodada lucha contra la enfermedad. Cuando el juicio a establecer viene referido a la maldad o bondad del comportamiento ajeno como expresión sintética de la capacidad del ser humano para avanzar en la conquista de mayores cuotas de justicia y libertad, el resultado no deja de ser similar. Sin embargo, por mucho que hagamos prevalecer nuestro acendrado optimismo en las potencialidades del ser humano para perseguir el bien, la realidad cotidiana se encarga de ponernos de manifiesto que no basta con afianzar esa actitud para favorecer que las células malignas desaparezcan o queden temporalmente neutralizadas. Por el contrario, será preciso que a nuestro irrenunciable optimismo sobre la bondad intrínseca del ser humano, le sumemos la capacidad activa de defensa y reacción ante el avance del mal que también anida en el mismo. Como dice un buen amigo, “una cosa es ser buenos, y otra bien distinta, ser gilipollas frente a los pensamientos y actuaciones de los demás”.

  Viene lo anterior a cuento del revulsivo que para la sociedad española ha supuesto la aparición en la escena política de nuevas formaciones que transmiten una visión optimista sobre las potencialidades de la acción política como medio eficaz para alcanzar determinados objetivos de interés general. Por sí misma, nos hallamos sin ningún género de dudas ante una actitud positiva, toda vez que la misma conecta directamente con los sentimientos pesimistas de miles de ciudadanos que piensan que la Democracia es el menos malo de los sistemas políticos conocidos. Es decir, la irrupción de tales formaciones tiene mucho que ver con el cansancio y hartazgo que entre la ciudadanía ha provocado la praxis cotidiana de los partidos políticos tradicionales. Ante un sentimiento tan fatalista, la aparición de nuevos líderes políticos, la propuesta de nuevas formas de actuación política y la consecución de determinados objetivos, se convierte en un acicate indudable a la hora de regenerar un factor de innegable relevancia en la existencia del propio sistema democrático: el entusiasmo. Desde esta perspectiva, el fenómeno ha de ser bienvenido.

  Sin embargo, el advenimiento del fenómeno apuntado presenta paralelamente aspectos que generan dudas, aunque las mismas estén hoy ocultas por la prevalencia de tanto entusiasmo. En este terreno, no es menospreciable el papel decisivo que han jugado y juegan los medios de comunicación –fundamentalmente la TV– a la hora de dar a conocer e investir de popularidad a los nuevos líderes políticos. ¿Es este papel consecuencia de un planteamiento tendente a fortalecer el sistema, o es más bien el resultado de cálculos interesados del poder privado que controla tales medios? Pensemos, por ejemplo, en el partido UPyD. En sus orígenes, se conformó como crisol en el que se reflejaban las demandas de muchos ciudadanos descontentos con el envilecimiento de las instituciones democráticas. Su práctica como formación política en los últimos años en el seno de las instituciones ha puesto de manifiesto, en general, su seriedad y cumplimiento en las cosas que prometían. Y no obstante ello, de la noche a la mañana, esa trayectoria de “éxito” se ha visto radicalmente truncada. Sí, es posible que la figura de la Sra. Rosa Díez sea parte de la causa que explique el problema, pero no parece que ello sea suficiente en términos racionales. Hay algo más, y ese algo bien pudiera ser el indicado papel que tienen los medios de comunicación a la hora de aumentar/disminuir el entusiasmo popular respecto de una u otra formación política o de sus respectivos liderazgos.

  Precisamente por todo lo anterior, la cuestión no puede ser reducida, como algunos pretenden, entre optar por la casta (vieja política) o la cúpula (nueva política), pues entre ambas hay otros poderes que no siendo de origen democrático, tienen empero enorme influencia a la hora de cambiar la consecución del interés general por otros intereses que pueden ser claramente contrapuestos a aquel. Así que moraleja: que el legítimo entusiasmo por el cambio no sea una mera ilusión carente de fundamento.

Guillermo Núñez Pérez es Catedrático de Derecho Financiero y Tributario y Asesor Fiscal

También en la web guillermonuñez.com

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